Con su “Wheatfield under
thunderclouds” (Campo de trigo bajo nubes de
tormenta) pude ver la línea imaginaria entre el arte plástico moderno y el
anterior.
Van Gogh pinta un paisaje, pero la forma
es novedosa. La intención del artista o la del cuadro –ya se puede discutir
quién sirve a quién- deja de ser una retransmisión objetiva, una plasmación en
imagen dictada por el paisaje mismo, sino que es el paisaje quien le brinda a
Van Gogh el impulso y la materia para su cuadro, donde los colores bailan
plenamente, libres de celdas y contornos, con su propia fuerza etérea,
intrínseca y diferente en cada uno de ellos.
La sensación es que el azul y el verde
sonríen, agradecidos, al paisaje, a Van Gogh y a su encuentro, por tener todo
un lienzo para expresar sus cualidades más puras.
O es quizá Van Gogh quien agradece al
paisaje y a los colores el poder expresar libremente lo que canta su alma. Ya
que en todas sus obras el color puro es el que domina el cuadro y el que decide
dónde empieza uno y dónde termina el otro,
dejando aparecer las formas como resultado orgánico de la combinación de gamas
y colores. Véase la supremacía de estos por sobre la poca importancia de los
rasgos humanos en sus retratos.
También supo copiar obras ajenas en
bocetos blanco y negro y reinterpretarlas mediante sus propios juegos de
colores.
(2010)

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